Decálogo de las perversiones. IX.
Cuento IX.
*
Ella se levantará temprano
con la esperanza hecha resaca, lavará su cuerpo en espumosas brisas que le recorrerán
mil veces. Todo el tiempo, toda la paz de una ducha, un chorro de agua
constante -cortinilla de perlas suaves- cayendo incesante por las curvas de su
cuerpo. No habrá espacio ni lugar que no se frote, cada poro de su piel será
limpiado con el terco cuidado de quien construye algo a conciencia y a cariño. Así ella limpiará su piel -blanca
como si fuese un pedazo de nube diseñado a placer por un pervertido de buen
gusto- exprimirá su cabello -rubio como
si el sol con sus rayos hiciese un río en cada cabello- lo descansará sobre sus
hombros y latigueará su espalda haciéndola sangrar agua que escurrirá hasta sus
tobillos. Su cuerpo estará depilado completamente, ni un resto de vellosidad,
ni troncos verdes de un campo talado, nada que no sea su suave belleza. Pondrá
tela en su hermosura, prisión necesaria para un manjar exquisito; unas
cintillas delgadas se sujetarán de sus caderas, unos volovanes negros serán
envoltura de lunas, un vestido también negro, cinturón rojo, tacones altos,
delgados. Saldrá a la calle desde temprano, el tiempo es siempre un enemigo que
no perdona. Tomará el tren al norte, ahí caminará por las calles, segura,
deseosa, dominante. Mirará a quien desee mirar, ignorará todas las demás
insinuaciones. Paseará por la plaza principal -jardín de jacarandas que tiñen
de morado la tarde, bancas quietas, fuentes sin agua pero con años y gente que
camina despreocupada- es siempre un buen lugar para esperar que caigan las
víctimas.
**
Ella no sabrá porque pero
sentirá desde hace un puñado de días una palpitación en las piernas, en la
parte profunda del muslo, pegado a las ingles. Será cada vez más molesto. Empezará
todo con aquella visita a casa de su mejor amiga, una visita inocente, donde
charlarán, reirán y dormirán juntas como cuando ambas eran niñas, pero ya no
serán unas niñas. Ella sentirá en el abrazo de su amiga un calor inadecuado,
sentirá el rosar de su pijama de felpa y aquello despertará un ansia que no
había conocido. Tocará, disimulada entre sueños, los muslos de su amiga,
las corvas de sus rodillas, la espalda lisa. Será ese el día en que empiece a
sentir esa palpitación, esa pulsada insistente, constante salivación y humedad
en su cuerpo. Cada día luchará contra eso, intentará pensar en otras cosas; en
el colegio, en dios, en su madre. Tendrá morados los brazos de tantos pellizcos
que se dará cada vez que sienta aquel “antojo”
-como ella misma lo llamó- aun así será inevitable que lloren sus piernas, no
podrá evitar el calor y el sudor en su frente cada que vea a su amiga. Llegará
al borde de sus ansias cuando se encuentren en el baño. Su amiga le pedirá que
vea el crecimiento de su vello así que levantará su falda y bajará su ropa
interior. Ella mirará aquel campo de creciente pasto negro, ya no son una
niñas, les ha llegado el cambio, su cuerpo está preparado, pero ellas aún no.
Tocará con la mano a su amiga, paseará con sus dedos aquella alfombra de
juventud. Solo eso. Ambas sabrán que ya no son unas niñas. Aquella punzada será
desde ese día interminable.
***
Verá a una joven que
abandona recién el barco de la niñez, estará tímida y pensativa, sentada en una
banca con sus útiles del colegio. La verá muy detenidamente como cuando se mira
un milagro que no se quiere creer. Se acercará para cerciorarse de que su
imaginación no le juegue una broma. Será real. Notará su mirada triste, inundada,
a punto de explotar en lágrimas. Se sentará junto a ella, cruzará la pierna -el
primer indició siempre es una mirada, ningún deseo escapa a la verdad de los
ojos- la joven mirará las piernas de aquella rubia de vestido negro y belleza
franca. Mirará el hueco, la cueva de sus muslos. Ella le preguntará su nombre,
la joven responderá que se llama “Hilella”,
raro y sensual nombre. Le preguntará el porqué de su llanto, de aquella
tristeza, de aquel crucigrama que se dibuja en la mirada. Hilella le dirá todo,
será franca, se sintió cobijada de inmediato por aquel ángel hermoso de vestido
negro, de cinturón rojo, de rubia cabellera. Le dirá que se siente confundida, que
un diablo se metió en el ojillo de sus piernas y le provocó un deseo imparable
de probar lo que se siente correr hasta que se le doblen las piernas, estallar
siguiendo los caprichos de su cuerpo. “No
es carne endurecida lo que necesitan tus entrañas” dirá la rubia al oído de
Hilella. No se necesita un mazo, no es necesaria la espada para matar. Con su
voz sensual golpeando los oídos, logrará pronto enamorar a Hilella, no será difícil
que la siga, que se deje convencer. Aquella rubia que los hombres no dejan de
mirar, aquel objeto del deseo que romperá la monotonía de tantos, se encontrará
sentada en una banca del parque de jacarandas, hablando, seduciendo a una joven
confundida que despierta a la sexualidad, que ha sentido el calor, ese calor
que empieza temprano, que embrutece, que palpita como una bestia enjaulada que
a embestidas pide su libertad, a Hilella no le interesarán nunca los durezas,
la rudeza, lo fuerza bruta, la poca delicadeza de los cuerpos masculinos. Ella
prometerá a Hilella que le enseñará, que junto con ella descubrirá el sabor de
las estrellas, a que huelen los cometas y como se siente el caer de una noche
sobre su cuerpo. Ella se llevará a Hilella al departamento. Llegarán ahí, a ese
lugar que en cada detalle estará diseñado para provocar la lujuria. Le invitará
una copa de vino, la pondrá cómoda sobre un sillón rojo cubierto en telas delicadas
y blancas. Soltará su cabello, despojará su ropa, recorrerá a besos el cuerpo
de Hilella con el mismo empeño con el que limpió su propio cuerpo en la mañana.
Se desató la bestia, soltó su vuelo. La lengua será un caminante errante,
pasará callejones conocidos sin encontrar nunca la salida, no por ello dejará
de caminar. Al fondo estará la otra mujer, apenas mirando desde el umbral de
una habitación, será casi una sombra, una mirada tan tenue que no sentirán en
medio de la pasión, apenas su respiración excitada traspasará la puerta, su ojo
en la penumbra, pelado de las expectativas que le provocará el hecho. La rubia
caminará desnuda justo cuando el torbellino iba a llevar a Hilella a tocar el
cielo. Sacará de un cajón un palo, un canalete delgado. Con él en la mano se
acercará a Hilella -quién aturdida por el golpe de la satisfacción no pondrá
ninguna duda sobre la mesa, se dejará llevar por la marea del placer que le ha
confinado a aquella hermosa rubia- abrirá sus piernas como si con ellas fuese a
abrazar al sol. Con el canalete acuchillará una herida ya abierta, la
introducirá con fuerza, tanta que Hilella gritará y en un suspiro se comerá la
frontera entre el placer y el dolor. Lágrimas rodarán, sangre caerá en el
canalete, una serpiente roja, abundante pero escasa a la vez, escases que se
implanta de facto en las cosas importantes. La rubia sostendrá en ese trozo de
madera la sangre del himen roto de Hilella. La llevará como un preciado regalo
hacia la puerta desde donde la otra mujer mira en las sombras. Antes de entrar
a la habitación, sobre el hombro aun desnudo dirigirá su voz a la pobre
adolecente desnuda y confundida que se quedará estupefacta en el sillón: “Vístete y sal de aquí”.
****
Ella
caminará con la mirada lluviosa hasta llegar a su casa. Nunca entenderá lo
sucedido con aquella rubia. Solo sentirá el vacío y la humillación. Sentirá que
su cuerpo solo es un trozo de carne que servirá únicamente para ser apuñalado,
aquella será la única manera de hacer feliz a los demás. Felicidad y placer
nunca lo tendrá. Ella pensará que su dios -generoso y compasivo- habrá actuado
contra ella por apartar la sexualidad de su fin único, la fertilidad. “Es un castigo” se dirá. Un castigo por buscar
el placer del sexo. El sexo, la sexualidad; castigos divinos, tentaciones
malditas.
*****
Entrará
a la habitación con aquel tesoro. Ahí acostará sobre la cama a aquel bulto que
miraba en la penumbra. Tomará siempre su brazo, con dificultad le quitará la
ropa. Bajo esas capas de tela encontrará un cuerpo colgado por los años, huesos
débiles, arruga tras arruga. Ella acariciará aquel cuerpo viejo, casi muerto, pútrido
de años gastados. Aquel cuerpo corresponderá caricias con tosidos que
pretenderán ser gemidos de placer, una boca entre abierta, carente de dientes,
arrugas que derriten ojos. Ella tomará el canalete que duerme la sangre de la
joven, lo acercará a un vaso de leche extraído de la mama. Hará ahí un elixir
divino, lo pondrá después sobre la boca seca y moribunda de la vieja. Beberá el
vaso y la vitalidad regresará al cuerpo arrugado, una vez más se encenderá,
recuperará la fuerza y la humedad. ¿Coincidencia extraña o brujería? No lo
sabrán. Pero una vez más la sangre de himen roto les regalará una noche de
placer a aquellas mujeres tan enamoradas y tan distantes temporalmente. Irá la
mujer a tomar el último tren que la lleve al sur. Será vista por cincuenta y
dos personas en las cuatro calles que tiene que atravesar del departamento a la
estación de trenes. Sus pasos se llevarán bien con el ritmo de sus caderas,
tacones en la banqueta -taca-taca-taca-taca- casi un llamado a los perros ojos
que muerden en miradas, fornicada mil veces en el imaginario de cada persona
que le miró la espalda, ella solo pensará en la viejita que ama… “unos días más de vida” se dice una y
otra vez. Ese es el regalo que les brinda la sangre de himen roto. La rubia
hará hasta lo imposible por mantener vivo al amor de su vida, tendrá que
esperar que la misma suerte le llegue pronto. Su amor es una carrera contra el
tiempo.
Martín Licona.
jejeje si cumpliste y públicaste en Navidadddddddd!!!! :9
ResponderEliminarTe dije que yo nunca descanso!! jajajaja el último saldrá el 31 lo pongo en tu muro para que seas la primera en leerlo!! un beso!! :)
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