El diario de Asterión. Un minotauro en su laberinto. Día 5.
Diario de Asterión.
Un minotauro en su laberinto.
Día 5.
Por: Martín Licona.
Estoy agotado, la cabeza me
punza y parece que la sangre dentro de mí ha hecho su propia revolución, ahora
quiere amotinarse en la sien. He estado aquí tirado en este agujero no sé por
cuanto tiempo, antes mis piernas me hormigueaban, ahora no las siento. No puedo
moverme de la cintura para abajo. No he visto a Hermes desde que me dio aquella
planta para adormecer el dolor. Esta vida me ha demostrado que siempre se puede
estar peor. Vuelo dentro de la panza del ángel amarillo, sus gotas de jerez son
mundos. Me lleva dentro y también yo soy del color del sol. Siento el aire en
mi cara, la luz iluminándome, un calor de vida en los huesos. Llévame a donde
están ellos… llévame, canario amigo.
La revolución falló, hijo
mío. Crecí enredado en la retorica de una libertad comprada. Siguiendo paradigmas
impuestos por hombres vaca, que del hambre no sabían nada. Simulando todos que
el confín de la sonrisa estaba en un palacio o un cerdo puesto sobre el
banquete. De pequeño corría por los montes y tiraba piedras a un rio, imaginaba
con una barita mi filosa espada, siempre estaba en lucha, luchaba contra todo y
contra nadie. Me llamaban loco, loco por no seguir sus reglas nunca, por
cuestionar sus instrumentos de dominio, loco por que siempre estaba luchando.
Tú también tienes que luchar, Eros querido, tú tienes que forjar tu espada de
las pequeñas varas que te encuentres en el camino. No te dejes vencer por
creerte diferente. Yo vi en tus lindos ojos que tanto amo, la libertad y la rebeldía
que había en mi mirada cuando yo era un chaval. De tu madre sacaste la belleza,
pero sé que al pasar de los años montarás el toro blanco de Poseidón y
caminarás por donde arrastraron a tu padre. Por
eso es que estoy aquí, extrañándote y echándote de menos. Por eso es que
nunca pintaremos juntos el vaho de las montañas, por eso es que nunca podré
peinarte ni llevarte al colegio. Tendrás que vivir sin padre, entonces hijo,
que tu padre sea la revolución.
Aquí la tortura hace demasiados
amaneceres dejó de tener sentido. Nunca dije un nombre, una señal, un lugar, me
tragué la historia de mi pueblo, maté mis recuerdos y entre ellos apenas guardé una pisca de tu rostro y del de tu madre. En este tiempo me han cerrado los
ojos a puñetazos, me han colgado de pies y manos, me han tendido sobre fuego,
me han arrancado, una a una, todas las uñas. Me han reventado los riñones y el hígado,
he llorado sangre pero nunca he vomitado una traición. Es necesario que lo
sepas, Eros, es necesario que te diga que tu padre nunca traicionó a los suyos,
que lloré y que morí siempre con el hocico apretado o gritando como tú cuando
naciste, con esa furia que también es una buena manera de callar. Una cosa es morir y otra, morirse de vergüenza.
Que nunca te avergüence tu padre.
Me salvé de los normales, me
salvé de la apatía y el conformismo, pero no me pude salvar de ellos, de
aquellos dioses que desde su Olimpo nos miran de reojo y con desprecio. Nos
rodearon en las montañas, con caballos que no eran caballos y pájaros que
disparaban. Se metieron en las entrañas de la tierra como topos del Hades y con
furia quemaron la aldea y los sueños que habíamos construido tras diez años de
callada resistencia. Las cosas no siempre salen como uno las espera. Su ataque
fue brutal, algunos pudimos huir hacia el sur y cruzar el rio, muchos más
murieron ahí. A partir de ese momento me volví un fugitivo, mi cabeza tenía un
precio. Pero la ayuda llegó pronto, un puñado de locos queriendo cambiar al
mundo puede no parecer peligroso, el peligro está en que ese puñado se junte
con otro puñado y además, inspiré a otro puñado. Ayáx, Aquiles y yo logramos
juntar fuerzas del otro lado de la frontera, ahí donde la rabia se había
acumulado, donde otros olvidados ya estaban apunto de despertarse, donde el
grito sería más fuerte.
Afortunadamente tu madre,
tras saberse embarazada, se fue a la ciudad con sus padres, así que ya no
estaba cuando atacaron la villa. No tuve la dicha de ver crecer su vientre, no
supe como le reventó el estomago, yo llegué justo antes de que tu nacieras. Me
infiltré y pude pasar a la ciudad para conocerte. Unos días antes la luna me
dijo que ya era tiempo de que nacieras y decidí ir a darte la bienvenida. Me
quedé con ustedes algunos meses, luego por algunos años estuve entrando a la
ciudad con frecuencia, escondido en la carga de tomates que Hipólito metía a la
ciudad cada semana.
No me queda mucha cordura, y
cada día me cuesta más trabajo escribir. Aquí, querido Eros, me han tratado de
volver loco [están a punto de lograrlo], me han golpeado hasta dejarme casi inmóvil,
no me queda más que arrastrarme. Podría en este momento entregarme a la muerte,
pero es necesario que sepas lo que pasó. Fue cuando cumpliste tres años. Tu
madre me había insistido que fuera, que necesitaba verme y que también tú
preguntabas cada día más por mí. Hacía tiempo que no los visitaba, era ya muy
peligroso. Decidí ir porque vi cercana mi captura, porque la resistencia ya
había superado su clímax y ahora todo era descender. Sabía en el fondo que
sería la última oportunidad que tendría para verte, para cargarte, para estar
contigo, para tomar tu mano... Otra vez ese ruido ensordecedor, hay un calor
insoportable, algo pasa afuera de este agujero, el humo se cuela por la rendija
por donde respiro, ya casi no veo nada… hace un calor insoportable, es un incendio….
Todo se llena de humo, ha llegado el fin, hijo mío, pronto no podré respirar… ojalá
encuentres estas letras. Te amo Eros, te he amado siempre. Fue tu madre quien
me entregó, por ella no podré verte, pero…
Increíble, me encantó el blog!!!!!! muchas felicidades
ResponderEliminarMuchas gracias por leernos.... también estamos en facebook https://www.facebook.com/elaleteardelcolibri SAludos
Eliminar