El diario de Asterión. Un minotauro en su laberinto. Día 7.
El diario de Asterión.
Un minotauro en su laberinto.
Día 7.
Por: Martín Licona.
¿No parece una
contradicción, una broma del destino? Tu padre luchó por la revolución y fue la
revolución quien lo mató al incendiar el ala norte de la cárcel. “Teseo” (así
le llamaré a la máxima autoridad, intentando seguir el universo de analogías
con la mitología griega que construyó tu padre letras atrás) es un hombre inteligente. Cuando la revuelta
entró en la ciudad, y tras el primer ataque a los muros de la prisión, nos
mandó a todos los guardias a cambiar la posición de los presos. Sacamos a todos
de sus celdas y los pusimos en el ala norte, donde estaban los dormitorios y
oficinas de los guardias, improvisamos ahí fosas donde apenas cabía un hombre
hincado. Ahí llevaron a tu padre. Cuando la revuelta logró traspasar nuestros
muros, incendiaron cuanto vieron, sin saber que ahí habíamos escondido a los
presos. Se dirigieron a las celdas para rescatar a sus compañeros de lucha, no
encontraron nada, sin saberlo ellos mismos los mataron al incendiar lo que
creían eran nuestros dormitorios. No puedo decir que no me avergüenzo de todo,
claro que siento una pena por la muerte de muchos de hombres; inocentes y
culpables. Pero en mi labor no está cuestionarme la moral, simplemente obedezco
y lucho por aquello que prometí defender con mi vida; la patria. Aquí muchos soldados como yo abusan de su
poder, les excita el poder y la supremacía que les da el rifle, yo no, yo
siempre traté a tu padre y a todos como humanos, lucharon por una causa que iba
en contra del estado y la ley, por ello tenían que ser encarcelados, pero no
por ello perdían su humanidad. No todos lo entendían así, aquí el que entra
deja de ser humano y hasta animal, lo tratan y torturan sin mayor
remordimiento. Torturadores y torturados; aquí nadie es humano, en la guerra no
hay nada de humanidad.
El momento que más recordaba
tu padre fue cuando naciste, ese momento lo llevó consigo todos los días – Lo
hubieras visto –me decía – era tan pequeño, tan frágil, tan pálido, pero a la
vez desde sus primeros minutos en esta vida mostró su fortaleza. Nadie gritaba
como él, con tanta verdad, con tanta
rabia. Ese niño vino a luchar, tenía que ser mi hijo. – así continuaba por
horas, por días por meses, contando siempre la misma historia, siempre alabando
tu primer encuentro con el mundo. Yo solo sé gritar: Sí, señor. Es lo único que
me enseñaron a gritar, por lo demás creo que nunca aprendí a enfrentarme a la
vida, me daba pavor la responsabilidad, nada más fácil, para mí, que obedecer,
eso me quitaba el peso de responsabilizarme de mis actos; como ahora, que te
cuento la crueldad que hay en la guerra y aun así continué sirviendo a ella.
Me dirijo a la provincia
donde el cielo baja por los tejados, la primera tomada por la insurgencia y la
última en caer, fue justo en esta provincia donde peleó tu padre. Me imagino
que no me será tan difícil encontrar a alguien que me pueda orientar sobre tu
paradero; algún amigo de tu padre, algún admirador de su historia. En esa
provincia tu padre es casi una leyenda, junto con el sub comándate que tu padre
nombró como: Áyax.
La fama de tu padre era su
peor enemigo dentro de la prisión, todos querían torturar y humillar al gran
Asterión; líder revolucionario. Supe, antes de que tu padre muriera, que Teseo
le mandó a romper las piernas asegurándose así de que muriera en caso de que la
revuelta lograra entrar a la prisión. Los soldados a los que le encargaron la
misión, se limitaron a romperle todos los dedos de los pies, así el dolor sería
mayor. Cuando me enteré del castigo que recibiría, fui con él para darle una
planta que le adormecería el cuerpo para que pudiera soportar el dolor.
La vida se va perdiendo
conforme los intereses de otras personas nos compran los sueños. He escuchado
el grito del pueblo que me escupió en la cara, he escuchado el grito de los
luchadores que en ideales entregaron su vida, y ahora, de pronto, mi mundo empieza
a tambalear. Admiro a tu padre, él luchó por lo que el corazón le dictaba, yo
luché por lo que el corazón de alguien más dictó.
El estado fue implacable
contra ellos, no les perdonó y operó con todo su poder para desaparecerlos. Al
cuartel llegaban bolsas y bolsas con cuerpos destrozados. Es la violencia en
esos casos la que legítima el poder, no puede un estado ser blando ante algo
que amenaza la base de su poder. Por ello atacaron con todo el poder cuando los
rebeldes tomaron la provincia donde el cielo baja por los tejados, los
regresaron a la montaña, heridos y mermados. Asterión comprendía la decisión de
tu madre cuando ella dejó la lucha. Me decía –Era difícil no verla al
despertar, sentir que la muerte me pudiera llegar lejos de sus brazos, pero
entendía su miedo y sabía que era la mejor elección. Aunque lejos no podía
defenderla y esa era una angustia diaria que me tenía que tragar.
Tú padre amó profundamente a
Ariadna, nunca había visto unos ojos más encendidos que los de él cuando la
nombraba. Sin embargo entendía las diferencias ideológicas, entendía que no
pudieran estar juntos, entendía que sus caminos serían diferentes, pero la
amaba… la amaba sobre todo, por ser ella quien te dio la vida.
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