El diario de Asterión. Un minotauro en su laberinto. Día 8.
Diario de Asterión.
Un minotauro en su
laberinto.
Día 8.
Por: Martín Licona.
Llegué a la provincia donde
el cielo baja por los tejados. Aquí la guerra civil se vive diferente, parece
que no pasara nada pero todos se miran, se miran con miedo, con recelo. Aquí tu
padre es un héroe y tras su muerte se convertirá en un mártir que impulsará la
lucha. Aquí se enciende la sangre de la resistencia y dignidad, me han recibido en una hostería
donde se supone llegará un viejo amigo de tu padre, a él le daré la trágica noticia
de su muerte y le encargaré este diario para que te lo haga llegar. Tú padre
siempre me dijo que yo era el único humano dentro de la prisión, que todos los
demás custodios eran simios con uniformes militares, estoy ahora convencido de
su error. Eros, he de decirte con la cara convertida en vergüenza que no puedo considerarme
un ser humano, no después de haber permitido las atrocidades que se cometían en
la prisión. Si bien procuraba mantenerme al margen, tan culpable es el que
torturaba y martirizaba a los reos para obtener información, como el que no
hace nada para detenerlo. Yo solo callaba y procuraba rezar para que la golpiza
no fuera tan fuerte; ese era mi caso. Yo ayudaba a tu padre lo más que podía,
le llevaba comida, platicaba con él, lo mantenía medianamente ocupado he
informado del mundo para que no perdiera la cordura. Nunca hice más que eso,
mis principios con los que me educaron en la academia me impedían hacer más
por él. No soy un ciego, sé que el mundo está mal, sé que el camino que ha
tomado el estado es el camino erróneo por eso en secreto admiraba a tu padre y
admiraba la lucha que encabezaba. Espero que esta lucha pueda redimir a esta
sociedad que se ha desgranado de tanta explotación y espero también limpiar mi
alma de culpas pudiendo hacer algo por los que luchan, realmente hacer algo.
Se cuenta que cuando bajó la
resistencia de la montaña y tomó este poblado, eran cientos; quizá miles los
que lo tomaron, bajando todos como un río de antorchas encendidas. Asterión me
contaba anécdotas sobre esa noche, me dijo por ejemplo del miedo que sentía tu
madre, me contó lo que pasaba una noche antes de que bajaran. - Estaba lloviendo –
me decía – una lluvia tranquila como el velo de una novia, así, abrazados nos
calló la noche. Ariadna y yo nos abrazábamos en un lago de luciérnagas mientras
la lluvia temerosa nos empapaba poco a poco. Ella juró seguirme hasta el final,
ella me juró quedarse conmigo hasta el último aliento, yo le juré siempre estar
a su lado, siempre protegerla. No pudimos cumplir nuestras promesas, los sueños
cuando se rompen son como vidrios que uno pisa descalzo; se clavan, lastiman y no te dejan seguir caminando. – ese era el momento en el que veía llorar a
Asterión, no en el calabozo de las torturas, no frente a las vejaciones de los
soldados. Asterión solamente lloraba ante el recuerdo de tu madre, y por
supuesto, ante tu ausencia.
¿Quién iba a pensar que la
lucha llegaría hasta la capital, que grupos radicales tomarían los centros de
gobierno y las prisiones? ¿Quién iba a pensar que esos mismos grupos, sin
saberlo, provocarían la muerte del ídolo que los impulsó a levantarse en
armas?.
Había cosas que tu padre no
entendía sobre lo que pasó contigo y tu madre. Por ejemplo, no sabía cual sería su destino después de que lo apresaron. Asterión era un hombre
inteligente y si bien pudo deducir las razones de tu madre para entregarlo, no
sabía a ciencia cierta cual sería su destino después de ello. Hace apenas unos
días me enteré por conversaciones que tu madre decidió llevarte al sur, cruzar
la frontera. Para cruzar la frontera primero tienes que pasar por aquí, y
aquí, seguro a tu madre la reconocieron. Si ella fue al sur fue porque sabe que
la lucha corre de sur a norte.
En estos momentos en la
taberna se escucha un gran alboroto, alguien importante debe de estar entrando
por la puerta trasera. Espero sea el amigo de tu padre que veré… no creo que
sea él, algo no anda bien…
La vida se divide en lo
bueno y lo malo. Yo siempre pensé estar luchando en el bando de los buenos,
siempre pensé que era un héroe. No entendía que el estado se disfraza de
cordero, no entendí que solo era parte de un mecanismo maquiavélico el cual
utiliza mi fuerza para oprimir y para violentar. Soy yo el que lucha la guerra
que es contra ellos, soy yo el que tengo que ensuciarme las manos, el que ha
sacrificado su vida para que los dioses vivan bien, para que sigan disfrutando
de sus lujos; lujos que yo no tendré, para que sigan disfrutando de su familia;
familia que yo no tuve por servirles.
Hace unas horas en la
taberna entró, Atenea, esposa de Áyax. Le mostré su diario, le conté la
historia de tu padre y me prometió llevarme con Áyax. Se enterneció a escuchar
noticias sobre Asterión, lloró al leer el diario. Me miró con recelo cuando le dije que
era exmilitar y que tu padre había estado bajo mi custodia pero creyó en mis buenas
intenciones cuando le mostré el empeño que he puesto por cumplir la última
voluntad de mi amigo y bajó las armas cuando le mostré al canario que ha venido
conmigo, el canario que fue amigo de tu padre y el cual también te entregaré
cuando por fin pueda verte. Quizá pienses que la locura ha tocado mi cabeza
pero tras esas gotas negras que son los ojos del canario, veo el alma de tu padre,
siento su presencia ahí. ¿Será posible que su alma se allá pegado a ese cuerpo
amarillo y alado? No lo sé, Eros, pero siento que tu padre me acompaña con este
canario y quiero que sientas el calor de tu padre reflejado en esta pequeña
ave. Mañana veré al comandante Áyax, el me dirá donde encontrarte y podré darte este diario personalmente. El final está cerca.
Está lleno de sensibilidad!!! me hiciste llorar, felicidades escribes muy bonito :)
ResponderEliminarMuchas gracias por leernos. En el blog están los demás días. Saludos.
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