En un rincón de mi alma // Yola amaba...
Yola amaba…
Por: Martín Licona.
Yo amaba a Yolanda, aunque
nunca fue una bella dama y quizá por eso me agradaba. Yolanda era la mujer más
fea del colegio, y digo fea refiriéndome a que, por donde se le viera, escapaba
de un esquema tradicional y occidental de la belleza (occidental, oriental, mundial y hasta universal). Tenía dientes
como diamantes y no por brillantes sino por grandes. Tal era la grandeza de
ellos que, en no pocas ocasiones, llegué a ver emparedados doblarse hacia
afuera como plástico ante el fuego. Tenía plana la cabeza y en el cráneo se
reunían sus pensamientos (materializados
en animalejos) para jugar al tenis o correr los 400 metros. Más que nariz,
le respingaba en la cara una zanahoria y de sus enormes fosas nasales en dos
ocasiones vi al Yeti asomarse. Vaya
que era fea esa Yolanda. Me encantaba. Cuando la primavera calentaba, Yolanda
de estatura mediana, se paseaba por la prepa con sus faldas y su escote; divino
derroche de tela que no encuentra la forma, una tabla de planchado sostendría
de mejor forma sus vestidos, pero ella se paseaba orgullosa sobre aquellas
pajillas que se doblaban como las patas de una garza. Me enamoré de Yolanda;
amada que anda sobre brazos, blanca y plana, distraída hasta en los cabellos.
Yo amé aquel conglomerado de
defectos que juntos, bajo el nombre de Yolanda, eran simplemente fascinantes.
¿Por qué reducimos la belleza de una mujer a un trozo expuesto de carne, a
veces más grande, a veces más pequeño? Yolanda no era hermosa, no necesitaba
serlo, ella era y con eso bastaba para que me encantara. Ella no se parecía a
nadie más, nadie tenía esa voz gangosa y aguda cual más, y si hubiese en mis
sueños buscado una voz maravillosa, me hubiese enamorado de María Callas y no
de Yolanda.
Amé tanto a Yolanda que me
partió el corazón escuchar de su boca un “No”. Yo no quería que fuera mía, yo
quería que fuera de ella y yo seguir siendo de mí, pero encontrarnos en la
tarde a tomar café y contarnos cosas que a nadie le importan, utilizar de
pronto una mañana para callarnos la boca y dejar que la vida nos pase, pero nos
pase juntos. Yolanda nada oyó, siguió de frente saltando los bordes de las
banquetas y abrazando los postes. Yo la vi irse como se va la tarde. Yola
amada, yo te amaba.
¿Por qué decir que me
gustaba? Yo nunca la probé, así que no podría decir que me gustaba, reducir mi
amor al gusto hace parecer a Yolanda una paleta o una lasaña. Yo la amaba. La
amé. Había algo en ella, era su libertad. Su libertad era lo que yo amaba, por
ello cuando se fue dejó en mi corazón partido una escafandra. La vi irse libre
y feliz; sus dos mayores atributos. Algunas mujeres tienen senos enormes que
parecen volcanes, otras tienen traseros de montes y piernas duras como piedras
de río. Yolanda tenía libertad. Ella no era bonita, ella era feliz. Por eso yo
la amaba pero… Yola amaba su libertad, y eso, eso hace hermosa a cualquier
persona.
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