Colecciones I - "Cigarro".
Colecciones I. Cigarro.
Por Martín Licona.
¿Acaso la vida no es un
instante? ¿Acaso hay algo más placentero que la muerte? Llévame en tus manos a
la nada, esfuma mi cuerpo de paja y cielo, pon sobre tus labios mi parte más
dura, una piedra de algodón, consistencia de un pezón que se sorprende.
En el amor no hay triunfos; uno mata y el otro
muere, pero el cadáver arrugado en cristal deja en tus pulmones su alma que por
dentro te come. Vamos, sé que quieres, destapa la caja y elige veinte muertes.
Préndeme el cráneo, corazón, juguemos a crear nubes de mi agonía. Ya viene tu
mano a la bolsa, me sentiste tiritar junto a tu muslo como una virgen mojada
restregándote su frío.
Aquí la luz, la mandíbula
que abre su mordida, tu mano se desliza por mi mundo y me trae al tuyo: noche
nublada, el caminar acompasado de las sombras, piedra mojada, farola trémula.
Aquí estás de nuevo; partiendo al placer desde tu remordimiento. ¿Cuántas veces
pensaste en no hacerlo?, heme ya sobre tu boca y tú dudando si encender el
fuego. Es tu lengua humedecida la que intenta empujarme, pero ya lloran las
paredes de tu boca. Me quieres, me tienes. Te inclinas un poco y tu mano
construye una morada, en un secreto me incendias. ¿Quién más tiene la dicha de
deshacerse en espiral tras penetrar tus labios?
Te llenas el pecho de mí y
en un frágil mareo detienes el mundo, me guardas, me aprietas por dentro como
un recuerdo que no quieres dejar ir. Me resbalo suave por las cuevas de tu
nariz, me sueltas en una nostalgia que se repite mecánicamente. No me dejas
reposar sobre la cama de cristal, sólo me alejas de ti para con un par de
golpes tirar mi cuerpo muerto en cenizas. Me codicias, me deseas, me exprimes con
lujuria y gula. Se me va la vida en tu frenética forma de amarme.
Termina el caos de nuestra travesura y no acabo de apagarme cuando ya me miras con tus ojos llenos de agua. El mar del desconsuelo te inunda, la tristeza se te trepa a la frente y tu rabia me embarra en el cristal hasta matarme. Sé que teñirás de rojo tu pañuelo cuando esa tos cotidiana te impida respirar. Aquí estoy violada, desnuda y muerta en una cama de cristal, pero cada una de mis muertes te encaminan a la tuya y algún día, amor mío, ambos seremos cenizas.
Termina el caos de nuestra travesura y no acabo de apagarme cuando ya me miras con tus ojos llenos de agua. El mar del desconsuelo te inunda, la tristeza se te trepa a la frente y tu rabia me embarra en el cristal hasta matarme. Sé que teñirás de rojo tu pañuelo cuando esa tos cotidiana te impida respirar. Aquí estoy violada, desnuda y muerta en una cama de cristal, pero cada una de mis muertes te encaminan a la tuya y algún día, amor mío, ambos seremos cenizas.
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