Instrucciones para olvidarte
Instrucciones para olvidarte
Por Martín Licona.
Para olvidarte primero tengo
que reconocer que exististes en mi vida, que fuiste el dulce filo de mi antes y
después, que desde que tus labios me empujaron tu nombre, éste se ha echado a
dormir en la cuenca de mi oído, y de vez en vez, el viento lo mece y lo arrulla
hasta revivirlo en un suspiro.
Para olvidarte primero tengo
que aceptar que tus pasos siguen lejos de los míos, que cantas, ríes y lloras
desde el lugar de tu lejanía, que allá en la comarca de tus negados rizos son peregrinos
otros dedos y no los míos, y que aquellos son los que ahora surcan el cielo tu
frente. Basta entender que en este momento mis manos escriben porque no son peñón
del mar de tus ojos, ni brisa en la noche de tu cuerpo, ni melodía de tus
muslos, ni soy yo el acuñado silencio de tu encendida voz.
Para olvidarte primero tengo
que sepultarme tus caricias, mancillar los besos que aún navegan por mi cuerpo
como nubes marchitas en el aire tibio de este octubre. Pintaré los húmedos rincones
donde tu desnudes marchaba soberana y revestiré cada tramo y cada palmo que
haya sido mojado por tu risa; esa suave melodía de niña desbordada, rubor del
trueno en una noche callada. Me alejaré del lecho donde dormiste sin saber que
yo despierto vigilaba tu sueño, detallaba tu perfil desnudo con mis manos y de
tanta dicha a veces lloraba, suplicando que nunca nos alcanzara el día.
Para olvidarte primero tengo
que aceptar que en mi mente está el vicio de tu recuerdo, que te construyo un
lugar junto al viento en donde no estás, que te llevo de la mano calle abajo,
que aún siento acariciar tus mejillas de resplandeciente rubor, aún pellizco tu
nariz ahora de polvo, aún mi sed se enreda en los laberintos de tu cuello y en el
huracán de tu oído, hechos nada; un silencio acaso, un suspiro.
Para olvidarte primero tengo
que ser humilde y decir que fuiste el amor de todos mis días, de cada uno de
mis momentos. Que la briza de tu lluvia raspada inundó cada parcela de mi vida,
que te conocí poco y te tuve menos, pero aun así, hasta lo más profundo de mi
pasado te pertenece, porque cada instante que he vivido fue sólo para vivir
aquel en el que nos conocimos; el de las risas y los gestos, la suavidad de dos
labios que se reconocen, el de la luna en los charcos y tus pies entre los
míos, tiritando de tanto frío y tantas deudas.
Al terminar por fin
podré comenzar a olvidarte, pero después de todo esto me pregunto: ¿Para qué el
olvido? si fuiste el más bello sueño que he vivido.
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